Monday, December 19, 2005

UN PARALELISMO ENTRE PERÚ Y BOLIVIA


La historia no es una lineal recta, tampoco una espiral perfecta como imaginaba Hegel, sino un complejo de procesos que se entrecruzan, se traslapan, colisionan, se juntan y se distancian o marchan paralelos.**

A veces ocurren mediante una lenta y predecible evolución; otras por inesperados saltos. Existen períodos de avances colosales, pero otros también de costosos retrocesos.

En todo caso los protagonistas son las clases sociales, las élites y los partidos políticos, los líderes y los caudillos. Todos dicen que actúan con el favor de Dios, en nombre del progreso y por mandato del pueblo. Casi siempre es mentira. Que mejor ejemplo que el de Bolivia y Perú.

Bolivia en 181 años de vida independiente, ha tenido 64 presidentes, algunos de ellos lo han sido tres o cuatro veces, otros apenas unas semanas. La mayoría ha sido víctima de alguno de los casi 200 golpes de estado, mayormente protagonizados por el ejército en connivencia con algún sector de la oligarquía.

En la historia, Bolivia es probablemente el país con más conflictos territoriales de toda América, uno de los que más guerras ha librado y el que más veces ha sido derrotado. Pocos han perdido más, entre otras cosas la salida al mar e inmensos territorios.

Lo más característico del proceso político boliviano ha sido el desprecio de la oligarquía por las masas, que figuran entre las más excluidas y menospreciadas del mundo.

La pobreza de Bolivia no se debe a la infertilidad de su suelo, ni a la escasez de recursos naturales y tampoco a la dolorosa mediterraneidad a que ha sido condenada. La pobreza boliviana, como la del Perú, es un producto de la combinación del saqueo colonial, la voracidad del capital extranjero y la entrega de la oligarquía nativa.

Un odioso triángulo compuesto por los terratenientes, el clero y el ejército, preocupada exclusivamente por la defensa de sus privilegios.

Por eso esa oligarquia no acepta las tésis innovadoras de DeSoto en el Perú, donde creemos que Velazco Alvarado de manera torpe ciertamente cumplió un ciclo, una parte que NO es aplicable en estos tiempos modernos pero que Chávez en Venezuela y Ollanta aquí en el Perú tratan de desconocer.

Volviendo al caso de Bolivia, lo nuevo del proceso político de los últimos tres años, es que con el triunfo de Evo Morales en las elecciones de ayer domingo se adentrará en una etapa cualitativamente diferente. Totalmente desde abajo, casi una revolución.

Y no se trata de que Evo Morales sea un indígena, sino de que por primera vez encabeza un movimiento genuinamente popular y lleva consigo al pueblo. Ese hecho y no que sus ancestros sean aymaras o quichuas es lo que asusta a la oligarquía que ha hecho del miedo su bandera.

El pueblo boliviano, la indiada triste y preterida, los olvidados y los humillados de siempre van a un encuentro crucial con su destino.

Ha pasado demasiado tiempo y ésta es la única oportunidad que han tenido los excluidos de siempre. Nunca han estado tan cerca del poder. Seguramente por eso no les tembló el pulso para elegirlo. Pero Evo no es Ollanta, ni el Perú es Bolivia aunque se parezcan.

**Jorge Gómez Barata, Profesor universitario, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.

LITTA

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